miércoles, 13 de mayo de 2009

Pequeña salvajada detectivesca


Ser Ulises Lima o Arturo Belano. Vagar sin norte por México, con el azar como brújula, beber mezcal Los Suicidas, coger con María y con Angélica y con Catalina O’Hara, perderse a uno mismo en las calles del DF, en sus pizzerías y en sus embajadas y editoriales anotando poemas viscerrealistas en cuartillas desleídas, agotar las palabras en busca de un poema vital, de un poema imposible que se agacha tras la casucha de las Font, en la azotea de Piel Divina, en el cuarto de hotel de Jacinto Requena, en el lavabo de la casa californiana de Rafael Barrios, vomitar la vida repetidamente para certificar que no se está muerto, que el vómito es un volcán cuya materia subterránea aun empuja hacia la luz intempestiva y opaca de la ciudad en hora punta. Ser al fin un real visceralista, caminar por la vida sin rumbo, acaso intentando suplir la ausencia de ese poema que yo y tantos otros querríamos escribir y cuya escritura, quizá por ser quimérica, postergamos sin cesar.

1 comentario:

  1. Qué bueno! Es algo así como Synechdoque, Los detectives salvajes. A pesar de que el estilo de Bolaño no sea tan rápido, la sensación que nos queda a todos después de leerlo es que la voz narrativa no se sofoca de milagro. El fragmento, explícito por obligación, reproduce esta impresión (o eso me parece; de hecho, acabo de recuperar mis detectives salvajes, así que me temo que volveré pronto a ellos).

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