No es improbable que los cambios de las técnicas narrativas en el siglo XX fueran consecuencia de la aceleración de la Historia y por lo tanto de la progresiva complejidad de su percepción por parte del hombre: “han sido proyectados a bocanadas sobre la historia montones y montones de hombres en ritmo tan acelerado, que no era fácil saturarlos de la cultura tradicional” (Ortega y Gasset). Así, se nos aparece la Historia como un misterio, una línea incompleta, a trechos discontinua y a trechos sobresaturada de manera tal que no es tarea nada fácil, como quizá lo fuera hace un siglo, organizar cabalmente el pasado. Mucho menos fácil es aprehender mínimamente el presente que abarca nuestra vida, ya que aún estamos digiriéndolo cuando se vuelve pasado mientras se nos agolpa un nuevo presente al que debemos prestar atención para no perder el paso.
Interesante, a este propósito, la presencia de la Historia en la vida de personajes de ficción en Black Dogs (Ian McEwan): por ejemplo, el paseo del protagonista y su suegro por las calles de Berlín durante las celebraciones de la caída del muro. La caída del muro, acontecimiento de consecuencias mundiales, no llega al lector más que por producirse mientras sucede lo verdaderamente importante, la historia familiar que sale a la luz durante el paseo.
O el mayordomo puntilloso de The Remains of the day (Kazuo Ishiguro), alguien que desde su modesta posición se propone cambiar vicariamente el curso de la Historia del siglo XX: pese a su condición de butler de un diplomático británico, cree firmemente que de la eficacia de sus servicios (servir la mesa, acomodar a los invitados, adecentar la casa) depende el buen curso de la Historia. Este, podría decirse, afán de protagonismo anula en él cualquier consideración moral; cegado por la poca perspectiva histórica a que puede acceder desde su lugar en el mundo, consagra su vida al bienestar de un Lord que conspira a favor del régimen nazi.
En el terreno del cine, creo que Y tú mamá también, del mexicano Alfonso Cuarón, muestra una manera de (dejar de) percibir la Historia a la que me siento próximo por una cuestión generacional. Los protagonistas, aún adolescentes, hacen un viaje en coche y, sin embargo, en ningún momento son conscientes o perciben el clima social de su país. En este caso, el cockpit del coche se convierte en una celda y la ventana no es una ventana abierta al mundo, como suele serlo en toda road movie. El coche se cruza con un obrero atropellado, con unos narcos que están siendo detenidos, pero no se produce ningún comentario de los personajes absorbidos en conversas impúberes. De ahí que la cámara efectúe digresiones enfocando el exterior mientras una voz en off explica lo que sucede en el exterior del vehículo, llenando el hueco que la mirada ausente de los jóvenes ha dejado vacío. Quizá en eso consista la función de la cámara o la palabra: rellenar aquello a lo que no ha tenido acceso o no ha querido acceder nuestra mirada...
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