
Impresionante película de Dziga Vertov: The man with a movie camera. Una reflexión febril sobre el cine y la mirada que éste proyecta, grabada cuando el séptimo arte aún era un medio revolucionario. Película dentro de otra película, sigue los pasos del mismo Vertov, que recorre y captura el ritmo de vida en una ciudad. En las imágenes se condensa su fascinación por los fenómenos característicos del siglo XX: el trabajo mecanizado, el movimiento vertiginoso, la velocidad del tren, la moto, el tranvía, las masas sociales, el ocio en la playa, el culto al deporte y al cuerpo, el espectáculo, el entretenimiento… La mirada de Vertov aún es una mirada virgen, en cierto modo infantil, asombrada ante el sinfín de posibilidades estéticas que permite el cine. Juega como un niño a desmontar secuencias, ralentizar y acelerar las imágenes, superponerlas, fragmentar la pantalla, crear transparencias, descubriendo y explorando el potencial de la imagen manipulada. Esta –aparente– ingenuidad de la mirada ya no existe hoy en día. Análogamente, tampoco existe la curiosidad radical que ésta genera. El lenguaje visual, salvo excepciones, se ha asentado en la convención y la rutina; se ha obliterado a sí mismo, ha perdido la autoconsciencia que aún se encargaba de recordarnos Godard. Habría que proceder como Vertov: mirarnos mirando, grabarnos mientras grabamos, seguir al hombre de la cámara en su exploración cotidiana sin olvidar que, en la sala de montaje, su mujer (la de Vertov) se encarga de recortar y pegar fotogramas creadores de ilusiones.
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